BOSQUE SI... ALTO MAYO: UNA LUZ AL FINAL DEL BOSQUE
Las
carreteras están sobreestimadas. Especialmente las de penetración en la
Amazonía. El costo (deforestación, cultivos ilícitos, mal uso y degradación de
la tierra, alteraciones pluviales, etc.) es, sobre todo a largo plazo, mayor
que los beneficios. Para Marc Dourojeanni, experto en temas amazónicos, la
marginal de la selva, después conocida como IIRSA Norte, o Fernando Belaunde,
que fue el presidente que la hizo posible durante su primer periodo
(1963-1968), posibilitó que se ocupe un inmenso territorio sin mayor
planificación en San Martín.
Y,
en el mejor de los casos, la planificación fue bastante mala. El gobierno de
facto de Juan Velasco (1968-1975), propició el monocultivo, ya sea de arroz o
maíz, en vastas extensiones del Alto y Bajo Mayo. Antes, en toda esta área
predominaban las fincas que albergaban una diversidad heterogénea de cultivos,
entre los que destacaba el algodón nativo de color, y mantenían una cobertura
forestal, que desapareció tras el embate de la “revolución agraria”.
En
las siguientes décadas, San Martín, fue asolada por sucesivas olas de
inmigrantes, quiénes ocuparon los terrenos planos y las laderas utilizando una
técnica de cultivo procedente de la sierra norte peruana (básicamente de
Cajamarca, y algo de Amazonas y Piura) que no era apta para la Amazonía,
erosionando el suelo y acidificándolo. Cuando una chacra no rendía, abrían
otra. Total, la selva era infinita, o eso creían. A los migrantes que llegaron
al final, no les quedó otra que empezar a ocupar las montañas, es decir las
cabeceras de cuenca donde se crea el oxígeno y las diferentes vertientes de
agua que alimentan al valle del río Mayo. Es para proteger la zona neurálgica
de este ecosistema que se crea el Bosque de Protección Alto Mayo (BPAM) en
1987. San Martín ya era para entonces, y lo es aún, el departamento más
deforestado de la Amazonía peruana.
En
conclusión, todo es cuestión de comprensión y de comunicación. Comprender que
el “invasor” del BPAM era un campesino pobre que migró porque no tenía otra. En
esto tuvo mucha responsabilidad el Estado que creó un área protegida y la dejó
olvidada durante 14 años, al punto que ni los “invasores” lo sabían. La
posición inicial de las autoridades ambientales fue inflexible, drástica, y la
respuesta fue igual de drástica.
Y,
por supuesto, comunicación, diálogo, que se entienda que nadie quiere quitarles
su tierra, sino que se puede aprovechar el bosque de otras maneras, que son
rentables y legales. Que la conservación es algo tangible, que se traduce en
tener más agua, más oxígeno, más recursos, en suma, más plata, manteniendo el
paisaje.
El
camino es largo. Hay que ser perseverantes, tener paciencia y ser flexibles
como un helecho ante el golpeteo de la lluvia.
Escrito
por: Alvaro Rocha – Revista Rumbos
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