LA CIUDAD DEL CUSCO…BAJO LA MIRADA DE UN LAMISTA….




Cusco es una ciudad de piedras color cobre; con una riqueza cultural impresionante que te hacer amar más al Perú y sentirte orgulloso de ser parte de esta patrimonio y que hoy en día es reconquistada por un sin número de turistas.

El primer día en Cusco, comienza muy temprano por la mañana, con un buen “mate de coca” (red bull andino), para luego caminar  por callejones largos, con un cielo azul intenso sacado de una obra de arte, me sentía en tiempos del imperio incaico, era otra atmósfera y el espíritu de aquella ciudad mágica, la gente era diversa: cholos, gringos, chinos, anglosajones, malayos, arios y casi todo el mundo congregado en un solo lugar.

Por la tarde, estaba listo para conocer Machu Picchu, compre mi boleto de tren popular (30 Luquitas, que incluye paros y huelgas), pero no importaba lo único era conocer ese santuario escondido de los incas, que solo conocía por postales y revistas de turismo. Tome un colectivo que me costó 20 soles  y me llevó hacia Ollantaytambo (casa de ollantay) un poblado y sitio arqueológico incaico, capital de distrito (provincia de Urubamba), a unos 90 km (2 horas de viaje) al noroeste de la ciudad del Cuzco.

Ya en ollantaytambo, camine por su complejo arqueológico, muy místico y nos dice que ya estamos cerca de nuestro destino final (MACHU PICCHU); tome el tren de las 6 de la tarde, claro era el tren popular por que el súper VIP, muy cool, costaba 300 dólares la travesía (Cusco – Aguas Calientes – Cusco) sin paros ni huelgas…nuestro servicio era para el pueblo, 30 soles (ollantaytambo- aguas calientes – ollaytaytambo), cómodos asientos que parecían una roca, velocidad controlada y venta a bordo de chicha, choclo y queso ¡YEEEEE!. El tren era un híbrido, una mezcla de trasporte moderno con “EL CHOSICANO”, también viajaban con nosotros uno que otro carnerito, gallinita y no sé qué otro tipo de animales. El tren malogrando, malogrando, por fin llego a la parada final, el pueblo de “Aguas Calientes”; son las 12 de la noche del día dos, tome un alojamiento el más baratito de 20 soles, solo quería dormir y despertar a la 4 de la mañana que empieza las visitas a machu picchu.

Muy temprano del segundo día; cámara en mano, me puse a pasear por el pueblo de aguas calientes, un lugar muy entrañable, de mucho comercio, un lugarcito que se las sabía todas, pues sus clientes en su mayoría eran turistas extranjeros que invertían en los restaurantes y diferentes servicios del lugar. El pueblo queda exactamente debajo de Machu Picchu, digo debajo porque de ahí hay que abordar un  bus para subir que cuesta 15 dólares ida y vuelta (Machu Picchu – Aguas Calientes – Machu Picchu).

Compre el boleto y tome el bús; el vehículo subía en curvas, había mucha neblina, poco a poco parecía que nos internábamos en el tiempo, quedé un tanto asombrado por lo que estaba sucediendo; Brad, turista norteamericano  que conocí en la ruta, solo decía WTF,,,WTF…hasta que el conductor anunció que ya habíamos llegado, en ese momento, preparé mi cámara y me alisté a bajar.

Somos los primeros. Una larga cola de personas (300 turistas), una caseta de vigilancia y la mirada recelosa del cerro Wayna picchu; nos recibían. Llegó mi turno, pagué 25 dólares para ingresar. Un caminito estrecho me llevó hacia el frente de un gran cerro, esto parece de película al estilo de indiana jones, pero créanme…!!!, es totalmente cierto, levanté la cabeza y estaba en el mismo lugar donde se produce la archiconocida foto de Machu Picchu.

Estábamos hipnotizados sobre aquellas rocas, el momento era único, emocionalmente indefinibles había una  fuerza , en la sangre que los incas derramaron sobre cada piedra de las que hoy admiramos. De regreso, luego de pasar por el InkaTerra (hotel cercano a Aguas Calientes), me quedé dormido para llegar rápido a la ciudad, en donde me esperaba en el embrujo de la noche cusqueña, hambrienta por hacerme vivir al ritmo de su convulsionada historia.
Por fin llegamos… cansado y con una extraña sensación de felicidad bajé del tren, llegué a la puerta de la estación y abordé el primer taxi hacia el lugar donde me hospedaba.
Cusco Nocturno

 Luego de un reparador baño salí del lugar donde me hospedaba y me zambullí en la magia de Cusco Nocturno, a la siguiente cuadra y bajo una acariciadora lluvia se encontraba Killa (Luna)–tan resplandeciente como el significado de su nombre-, artesana, hija de padre cusqueño con madre francesa, Killa aprovechaba la fachada con techito de un restaurante para exponer sus obras hechas en plata y demás aleaciones metálicas, hablaba mucho de la historia e imperio Inca, me contó que viajaba constantemente pues no era solo de esta tierra, era “ciudadana errante del mundo”, con su arte y negocio había cruzado muchas fronteras, paciente y con solo lo que el día le ofrecía vivía, no debía preocuparse por más, le compré algo, la mujer  parecía descendiente Inca, el color de su piel era especial y sus ojazos azules me llevaron a un trance, ella me dijo que me enseñaría un pueblo escondido y milenario, no tenía celular “nos vemos mañana en la plaza cuando el sol se vaya ocultando”… asumí que la traducción de eso era 6:30PM.

Continué mi periplo y aterricé en el Kamikaze, taberna clásica del centro del Cusco. “Ananau” en la versión del grupo Alborada sonaba en la sala principal, empecé a bailar -un sonido un poco extraño pero válido, estaba en Cusco-, luego de la rumba étnica salí ya a medianoche con dirección al local de Becho, La Sarita tocaba en vivo, pasaba las copas sin darme cuenta y entre tropiezos por la solitaria trasnoche llena de frío ya estaba en el Mama África donde terminé la noche.

Por cierto, al día siguiente acudí a la plaza para encontrarme con Killa… nunca llegó, nunca más la vi, por más que fui hasta aquella callecita en su búsqueda nadie me dio razón alguna.  Solo su extraño perfume y esa imagen fuerte como el poder de su mirada se quedaron conmigo, su bella estampa me acompaña y se refugia hasta hoy en el archivo infinito de mis emociones.



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